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Aquél día cualquiera, de instante roto, fui al colegio que no había visitado en años. Era un viaje al pasado, a ese gran edificio repleto de los recursos que habían podido resolver cualquier cosa. Fui a refugiarme pensando que así sucedería, de forma totalmente inconsciente.
Pasé dos años entre pedacitos de siesta y largas quimioterapias. Confrontaba constantemente la maravillosa idea de estar junto a mis iguales, con la idea decrépita de inyectarme una cantidad de fármacos de nombre ininteligible que, contra mi voluntad, me dejarían fuera de juego durante los 3 días posteriores a todas y cada una de las sesiones de quimioterapia que estaban por venir.
Me gusta aprender, y me encantan la mañanas, pero lo que más puede entusiasmarme son las personas. Por eso me decidí por mis iguales, los “Chemical Brothers” como me gustaba llamar. Ellos me ayudaron a convertir largas sesiones de dopaje en algo parecido a las charlas de Sábado tarde, entre amigos. En aquellos sótanos se puede escuchar el “pulso” de la vida de las personas, las que desprovistas de cualquier idea preconcebida, se relacionan bajo la premisa común de supervivencia, solo eso cuenta y diseña un tipo de relación afable, personal y humanamente sublime.
El hotel estaba cerca de la consulta, habíamos llegado el día anterior y descansar era el primero y penúltimo de los objetivos que alcanzaría mi cuerpo aquél día, sin a penas saberlo. Habíamos acordado encontrarnos a las 7:30 de aquél Lunes en el Hall, para desayunar con mis hermanas y con mi padre antes de partir hacia nuestra cita en el Hospital. Pero no aparecí. Aquella mañana, antes de salir de la cama, escuché a alguien aporreando la puerta de mi habitación desde el lado del pasillo. Eran los dos policías que tras rechazar mi invitación a esperar que me duchara, aseara y desayunara, me llevaron detenido.
El registro que había hecho como huésped en el Hotel había sido suficiente para que aquél cuerpo de “seguridad” me encontrara. Sus sistemas informáticos reciben la información de los registros que se realizan en hoteles o aeropuertos. Estaba en busca y captura y ahora, por fin, detenido. Los policías que me acompañaron tenían órdenes para no explicar el motivo de mi detención. Pasé varias horas pensando que la única posibilidad factible que pudiera explicar aquello, era haber atropellado a alguien sin a penas haberme dado cuenta. Aunque me tranquilizaba pensar en lo poco posible que es cometer tal barbarie sin darme cuenta.
El cáncer remitió y la noticia la recibiría un día Miércoles, dos días después de la extraña detención en el hotel de Santander. Me recibió el médico, convertido ahora en un amigo más, dos años resultaban suficientes para convertir la tradicional relación médico-paciente que habíamos conservado durante los primeros meses de tratamiento.
Abrió la puerta e inmediatamente empezó a buscarme por entre las personas que esperaban en la sala. Le vi girar su cuello cual suricato, entusiasmado. Nuestras miradas se encontraron y, después de saludamos, entramos en su consulta donde lo vería caer abatido sobre su silla, inmediatamente después de explicarle de dónde venía.
Venía de otra consulta de color sufrimiento “oscuro”, ese que cuando mancha lo hace a conciencia. Le expliqué que a las 13:30 del anterior Lunes, desconociendo la ciudad en la que me encontraba, debía llegar a la consulta en la que me estaban esperando desde las 10 de la mañana. Le expliqué que mis zancadas se habían apresurado una detrás de la otra, de forma atlética y sin bacilar, que había sorteado todo tipo de obstáculos y personas mientras apuntaba en dirección al último de los objetivos que la voluntad de mi cuerpo alcanzaría, sin tampoco saberlo.
Corrí a muy buen ritmo para poder llegar a tiempo de escuchar que mis piernas estaban muriendo, que debería ser fuerte y que me debería preparar para un cambio difícil de asumir.
El baile se detuvo de nuevo, esta vez los residuos en forma de persona se correspondían conmigo y con el paradigma que había considerado hasta entonces, destrozado ahora en pedazos sin forma, esparcidos por instantes que parecían eternos.
Pero lo más positivo es que alguien, en un día cualquiera, había podido bailar con una amalgama de residuos en forma de persona, y lo había hecho posible sin que sonara música.

“He tenido que aprender a vivir muy bien “¿Acaso existe otra manera de hacerlo?”
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