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Acababa de empezar las clases tras las vacaciones de verano. Era la hora del recreo y, como siempre, estábamos jugando en un campo pequeño (de los típicos de suelo duro que sirven para fútbol, balonmano y baloncesto) e íbamos perdiendo 2-1. El balón había salido por la banda a la altura de mediocampo y vi cómo uno de mi equipo estaba desmarcado en el área contraria. Era ponérsela para que rematara de cabeza y empatábamos seguro. No me preocupaba la distancia, siempre había llegado sin problemas. Tomé carrerilla, manos fuertes sobre el balón y…: me quedé corto.
¡Qué raro! ¡Si hace un año hubiera llegado de sobra…! – pensé. Tenía 13 años.
Ahora que sé sobre mi enfermedad, ato cabos y entiendo por qué no llegué, pero en su momento, vi que algo no cuadró en ese momento, aunque no le di mucha importancia. Lo achaqué a estar muy delgado en aquella época.
Muchas veces, cuando voy a un médico que nunca me ha visto, me preguntan cuándo empezaron los síntomas de mi enfermedad. Yo creo que este momento fue el primero en el que pensé que algo raro había. Sin embargo, hay un par de ellos que fueron mucho más claros.
Era verano, tenía 15 años y me había apuntado con mis amigos a un gimnasio. Íbamos con bicicleta hasta allí. Eran unos 5 km de ida y otros 5 km para volver a casa. La vuelta de los días que tocaba hacer piernas era un poco sufrida… El día del que te hablo tocaba hombros. Éramos tres y, mientras uno hacía el ejercicio (Press trasnuca), los otros estaban atentos. Tocaba que me ayudaran. Hice un par de repeticiones y, teniendo la barra arriba del todo, me falló el equilibrio de los hombros y se me cayó la barra sobre las rodillas sin que mis amigos tuvieran tiempo para hacer nada. Se hizo un silencio mientras retumbaba por todo el gimnasio el sonido de la barra al golpear sobre mis piernas y empezaron las carcajadas. De hecho, creo que mis amigos aún están allí en el gimnasio rodando de la risa por el suelo. He de reconocer que la escena debió tener gracia, aunque a mí no me la hiciera por tener sendas heridas en las rodillas al haber caído sobre ellas, y “a plomo”, una barra metálica con doce 12 kilos de peso, aproximadamente. Ahora que conozco mi enfermedad, sé que esto fue un síntoma claro de lo que me estaba empezando a pasar.
Durante ese año, seguí yendo a gimnasio y empecé a notar que algo no iba bien pues, en los ejercicios de hombros, en lugar de subir peso, lo iba bajando, pero ¡estaba tan delgado…!
Obviamente, puesto que aún no sabía nada sobre mi enfermedad y podía hacer vida normal, no le das importancia a estos casos y otros que te contaré más adelante, pero aunque aún queda mucho, sí que te van sirviendo para aprender a encajar las lecciones de humildad que todos vamos recibiendo a lo largo de la vida.
Photo Credit via: pixabay cc
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Era verano, tenía 15 años y me había apuntado con mis amigos a un gimnasio. Íbamos con bicicleta hasta allí. Eran unos 5 km de ida y otros 5 km para volver a casa. La vuelta de los días que tocaba hacer piernas era un poco sufrida… El día del que te hablo tocaba hombros. Éramos tres y, mientras uno hacía el ejercicio (Press trasnuca), los otros estaban atentos. Tocaba que me ayudaran. Hice un par de repeticiones y, teniendo la barra arriba del todo, me falló el equilibrio de los hombros y se me cayó la barra sobre las rodillas sin que mis amigos tuvieran tiempo para hacer nada. Se hizo un silencio mientras retumbaba por todo el gimnasio el sonido de la barra al golpear sobre mis piernas y empezaron las carcajadas. De hecho, creo que mis amigos aún están allí en el gimnasio rodando de la risa por el suelo. He de reconocer que la escena debió tener gracia, aunque a mí no me la hiciera por tener sendas heridas en las rodillas al haber caído sobre ellas, y “a plomo”, una barra metálica con doce 12 kilos de peso, aproximadamente. Ahora que conozco mi enfermedad, sé que esto fue un síntoma claro de lo que me estaba empezando a pasar.
Durante ese año, seguí yendo a gimnasio y empecé a notar que algo no iba bien pues, en los ejercicios de hombros, en lugar de subir peso, lo iba bajando, pero ¡estaba tan delgado…!
Obviamente, puesto que aún no sabía nada sobre mi enfermedad y podía hacer vida normal, no le das importancia a estos casos y otros que te contaré más adelante, pero aunque aún queda mucho, sí que te van sirviendo para aprender a encajar las lecciones de humildad que todos vamos recibiendo a lo largo de la vida.
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[/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section]my disease 2″ width=”505″ height=”311″/>Photo Credit via: pixabay cc
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Acababa de empezar las clases tras las vacaciones de verano. Era la hora del recreo y, como siempre, estábamos jugando en un campo pequeño (de los típicos de suelo duro que sirven para fútbol, balonmano y baloncesto) e íbamos perdiendo 2-1. El balón había salido por la banda a la altura de mediocampo y vi cómo uno de mi equipo estaba desmarcado en el área contraria. Era ponérsela para que rematara de cabeza y empatábamos seguro. No me preocupaba la distancia, siempre había llegado sin problemas. Tomé carrerilla, manos fuertes sobre el balón y…: me quedé corto.
¡Qué raro! ¡Si hace un año hubiera llegado de sobra…! – pensé. Tenía 13 años.
Ahora que sé sobre mi enfermedad, ato cabos y entiendo por qué no llegué, pero en su momento, vi que algo no cuadró en ese momento, aunque no le di mucha importancia. Lo achaqué a estar muy delgado en aquella época.
Muchas veces, cuando voy a un médico que nunca me ha visto, me preguntan cuándo empezaron los síntomas de mi enfermedad. Yo creo que este momento fue el primero en el que pensé que algo raro había. Sin embargo, hay un par de ellos que fueron mucho más claros.
Era verano, tenía 15 años y me había apuntado con mis amigos a un gimnasio. Íbamos con bicicleta hasta allí. Eran unos 5 km de ida y otros 5 km para volver a casa. La vuelta de los días que tocaba hacer piernas era un poco sufrida… El día del que te hablo tocaba hombros. Éramos tres y, mientras uno hacía el ejercicio (Press trasnuca), los otros estaban atentos. Tocaba que me ayudaran. Hice un par de repeticiones y, teniendo la barra arriba del todo, me falló el equilibrio de los hombros y se me cayó la barra sobre las rodillas sin que mis amigos tuvieran tiempo para hacer nada. Se hizo un silencio mientras retumbaba por todo el gimnasio el sonido de la barra al golpear sobre mis piernas y empezaron las carcajadas. De hecho, creo que mis amigos aún están allí en el gimnasio rodando de la risa por el suelo. He de reconocer que la escena debió tener gracia, aunque a mí no me la hiciera por tener sendas heridas en las rodillas al haber caído sobre ellas, y “a plomo”, una barra metálica con doce 12 kilos de peso, aproximadamente. Ahora que conozco mi enfermedad, sé que esto fue un síntoma claro de lo que me estaba empezando a pasar.
Durante ese año, seguí yendo a gimnasio y empecé a notar que algo no iba bien pues, en los ejercicios de hombros, en lugar de subir peso, lo iba bajando, pero ¡estaba tan delgado…!
Obviamente, puesto que aún no sabía nada sobre mi enfermedad y podía hacer vida normal, no le das importancia a estos casos y otros que te contaré más adelante, pero aunque aún queda mucho, sí que te van sirviendo para aprender a encajar las lecciones de humildad que todos vamos recibiendo a lo largo de la vida.
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Sin duda enfrentarse a una enfermedad a tan temprana edad es algo que deja sin palabras.
sin duda te deja sin palabras el leer esta historia.