




[:es]
En un artículo anterior te contaba sobre las pistas que mi enfermedad me iba dando y, lo fácil que es darse cuenta ahora que tengo el diagnóstico…
Tenía 21 años y estaba en Madrid haciendo el curso de adaptación a línea aérea (CALA). Vivía por la zona de Moncloa y tenía que cruzarme toda la ciudad para ir hasta el aeropuerto de Barajas que era donde estaba el simulador de vuelo. Puesto que acudíamos al mismo centro que los pilotos en activo de Iberia, normalmente, nos daban las horas nocturnas (entre las 02:00 am y las 04:00 am).
Era impresionante. Utilizábamos el simulador del Airbus A-300 de Iberia. Nada más entrar al edificio, subíamos al primer piso que era donde estaban las aulas para hacer “Pre-briefing” y “De-briefing” (reuniones para planificar el vuelo y comentar cómo ha ido al salir del simulador). Una vez acabado el “Pre-briefing”, salíamos del despacho hacia nuestra derecha y, tras pasar una puerta con el típico cuadrado de cristal en medio para saber si hay alguien en el otro lado, entrábamos en la zona de simuladores.
Era una especie de nave industrial con una puerta gigantesca al fondo (imagino que para meter y sacar los simuladores o las piezas de reparación). La puerta desde la que accedíamos daba paso a una pasarela y, a la derecha se encontraban los simuladores que se encontraban sobre unos gatos hidráulicos apoyados en el piso de abajo y que eran los que se encargaban de generar el movimiento (“full-motion”) de la “caja” en la que nos metíamos. Para acceder al interior de la cabina, pasabas por una pasarela que, cuando se encendía el simulador, se plegaba para darle libertad de movimiento.
Éramos una tripulación de 3 personas. Uno hacía de comandante, otro de “segundo” (copiloto) y , el tercero, de “mecánico” (encargado de un panel lateral para controlar los circuitos hidráulicos y eléctricos del avión). Recuerdo la primera vez que entramos en él. Estaba a oscuras, pero ya podías percibir que ahí estaba el cockpit. Al ver nuestro instructor la ilusión que llevábamos, decidió entrar él primero para encender las luces de cabina y que pudiéramos disfrutar de la imagen. No tengo palabras para describir ese momento, pero sí una imagen que se parece mucho a esta:
Fue un mes bastante intenso, emocional- y físicamente hablando. ¡Estabas, prácticamente, volando un avión de los que “cruzan el charco”! ¡Era el no va más! Al principio, hacías vuelos normales, pero al final, eran vuelos con problemas. Básicamente, eran despegues y aterrizajes con fuego en un motor, motor apagado, problemas con el tren de aterrizaje, etc. Era realmente muy divertido y te sentías muy afortunado de poder estar haciendo eso…
Poco después de acabar el curso y al ver que estaba excesivamente agotado…, decidimos ir al médico…, pero eso es ora historia que te contaré más adelante…
En un artículo anterior te contaba sobre las pistas que mi enfermedad me iba dando y, lo fácil que es darse cuenta ahora que tengo el diagnóstico…
Tenía 21 años y estaba en Madrid haciendo el curso de adaptación a línea aérea (CALA). Vivía por la zona de Moncloa y tenía que cruzarme toda la ciudad para ir hasta el aeropuerto de Barajas que era donde estaba el simulador de vuelo. Puesto que acudíamos al mismo centro que los pilotos en activo de Iberia, normalmente, nos daban las horas nocturnas (entre las 02:00 am y las 04:00 am).
Era impresionante. Utilizábamos el simulador del Airbus A-300 de Iberia. Nada más entrar al edificio, subíamos al primer piso que era donde estaban las aulas para hacer “Pre-briefing” y “De-briefing” (reuniones para planificar el vuelo y comentar cómo ha ido al salir del simulador). Una vez acabado el “Pre-briefing”, salíamos del despacho hacia nuestra derecha y, tras pasar una puerta con el típico cuadrado de cristal en medio para saber si hay alguien en el otro lado, entrábamos en la zona de simuladores.
Era una especie de nave industrial con una puerta gigantesca al fondo (imagino que para meter y sacar los simuladores o las piezas de reparación). La puerta desde la que accedíamos daba paso a una pasarela y, a la derecha se encontraban los simuladores que se encontraban sobre unos gatos hidráulicos apoyados en el piso de abajo y que eran los que se encargaban de generar el movimiento (“full-motion”) de la “caja” en la que nos metíamos. Para acceder al interior de la cabina, pasabas por una pasarela que, cuando se encendía el simulador, se plegaba para darle libertad de movimiento.
Éramos una tripulación de 3 personas. Uno hacía de comandante, otro de “segundo” (copiloto) y , el tercero, de “mecánico” (encargado de un panel lateral para controlar los circuitos hidráulicos y eléctricos del avión). Recuerdo la primera vez que entramos en él. Estaba a oscuras, pero ya podías percibir que ahí estaba el cockpit. Al ver nuestro instructor la ilusión que llevábamos, decidió entrar él primero para encender las luces de cabina y que pudiéramos disfrutar de la imagen. No tengo palabras para describir ese momento, pero sí una imagen que se parece mucho a esta:
Fue un mes bastante intenso, emocional- y físicamente hablando. ¡Estabas, prácticamente, volando un avión de los que “cruzan el charco”! ¡Era el no va más! Al principio, hacías vuelos normales, pero al final, eran vuelos con problemas. Básicamente, eran despegues y aterrizajes con fuego en un motor, motor apagado, problemas con el tren de aterrizaje, etc. Era realmente muy divertido y te sentías muy afortunado de poder estar haciendo eso…
Poco después de acabar el curso y al ver que estaba excesivamente agotado…, decidimos ir al médico…, pero eso es ora historia que te contaré más adelante…
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